Hubo una vez un gato de color gris, que no sabemos de dónde vino, lo encontramos en la calle y le pusimos el nombre de perdido, no porque fuera un gato abandonado, sino porque sus ojos siempre estaban distantes, distraidos, tristes, como perdidos y así, se le ocurrió el nombre a mi nieto cuando un día dijo: ¡Abuela, este gato está perdido!...
Esas serían sus primeras palabras, después de meses escuchándole balbucear el papá, mamá y el agua...
Los días en que mi nieto crecía para él eran los más felices, no solo tenía el cariño de sus padres y abuelos, sino que a muy temprana edad tenía su mejor amigo, perdido, el gato con el que día a día crecía entre travesuras y otras barrabasadas.
Un fin de semana, cuando todos en la casa estabamos terminando de comer, Adrián se escapó al patio que está al lado de la cocina, por la ventana lo mirabamos jugar con el gato, correteaba aquí, saltaba allá, lejos de ser un gato arisco, se dejaba tirar del rabo por Adrián e incluso que a veces en su inocencia le diera un pequeño mordisco, como mi nieto no sabía pronunciar bien el nombre del gato, acababa por lo llamarlo edido, pedido e incluso, en muchas ocasiones lo llamaba ido, ahí es donde nos entraba la confusión porque no sabiamos si el gato se había ido o es que llamaba a perdido...
Adrián, jugaba a la pelota y su portería era perdido, disparaba a dar al gato y cada vez que co nseguía alcanzarlo gritaba un nitido gooolll!!! eso quería decir que perdido había sido saboteado por los pies de mi nieto...
(Continuará...)